jueves, 29 de enero de 2009

Hermoso Cuenca


-¿A qué hora sale el bus a Cuenca? –pregunta Diego a una vendedora de boletos.
-Sí tenemos buses.
-Está bien, lo sé, pero a qué hora salen.
-Elija la que usted quiera amigo, hay varias lineas.
-Es broma me imagino.
-Expliquese. ¿Para dónde quiere ir?

El trato con muchos de los ecuatorianos intenta ser amable, pero hay circunsatancias que lo impiden un poco.
El lunes 27 llegamos a la maravilosa ciudad de Cuenca. Un lugar muy cuidado por las autoridades, ya que sus hermosas y refaccionadas construcciones coloniales e incluso incas, han sido motivo para que haya una masiva concurrencia de gringos.
Las calles de Cuenca son casi por completo limpias. Sus cielos confusos, ya que no se sabe si lloverá o habrá un calor que motive un: “Puta Vicente cómo no nos pusimos chore. ¡Estoy chato!”.
Un día a la hora de almuerzo, con Diego fuimos al llamativo Pio Pio, un restaurant de comida rápida, que no sé por qué entramos. Una vez pedida la orden y pegado el primer mordisco de un añejado pan –como casi todo el pan ecuatoriano-, nos percatamos de algo malo. Las cocas eran rellenadas con las sobras de las demas bebidas que la gente dejaba sin tomar.
-¿Esta bebida es rellenada? –preguntó Diego al moso.
-Este… son Pepsi.
Esa era la respuesta que me imaginaba, por lo que dejamos el lugar.
Salvo eso, todo ha ido de maravilla, la gente es más buena y los perros son un poco serios –uno retó a Diego por hacer desmanes en la vía pública-. En fin, pienso que ojalá tuviesemos una ciudad tan bonita y con tanta tradición en nuestro pequeño USA llamado Chili.
Realmente no extraño los Mc Donalds ni los mega malls. Ni mucho menos me interesa saber cómo estará quedando el “Costanera Center” o el “Building Higest Arround the World”.

lunes, 26 de enero de 2009

Indios industriales

Dejamos el espantoso ruido de los aviones que vuelan sin espantar a nadie sobre Quito y nos adentramos en el mundo neoinca. En los pueblos de alrededor de la capital, conocido porque en sus farmacias las gominas se vencen apenas salen a la venta, los pobladores originarios de familias incas, han instaurado a placer el nuevo mercado motivado por la desesperación de la moneda. O sea, la mafia.
-Ambates, Ambates, ¿quién va a Ambates? –grita un pequeño moreno que hacía de copiloto en el bus que nos trasladaba a Baños.
A medida que el bus avanzaba, se llenaba cada vez más de gente y de vendedores, no sólo de helados y galletas, sino que de gallinas calientes, porotos, quesos con plátano y anteojos y porcelanas. El viaje fue odioso, pendiente de cada persona que nos miraba como si fuésemos gringos.
Una vez que llegamos a Ambates, el bus nos dejó sin ningún remordimiento en ese lugar que distaba a 50 km de Baños, nuestro supuesto destino. Un par de discusiones no bastaron y tuvimos que “cogeruncashoAmbatesdestinoBaños” –significa tomar un taxi en Quechuañol-.
En Baños conocí a uno de mis mejores amigos: Perro Boxer. Me sentía como en casa, al menos este neoinca no era mafioso, ni me miraba como a un extraño, a pesar de ser chileno. Este amigo, quien es sus años de gloria gozaba de un físico envidiable, por estos días sufría de una terrible enfermedad, típica de un perro que ha vivido mucho. El pobre, poco comía y a duras penas deambulaba por SU cuadra. Con él tuve el privilegio de almorzar dos veces.
La Sierra es muy linda, una gran cascada se ve entre medio de dos de los cerros que hacen de este pueblo un hermoso valle, poblado por neoincas con gomina y adictos al dinero.
La pobreza abunda y quizás eso ha derivado en la actitud de los neoincas. La industrializada imagen del Che es una demostración de que muy lejos de estar unidos, el capitalismo ha logrado que este continente sea cada vez más distante e indiferente entre sus países. Los neoincas me hablan en inglés, saben que soy chileno, pero lo hacen igual.
Es triste ver cómo estos seres engominados están tatuados con la tradicional imagen de Guevara y del signo Nike a la vez.
Mientras pago con dólares una Coca Cola y escucho un pegajoso regaeton, me despido de un ecuatoriano que ni siquiera me devuelve una mirada.

jueves, 22 de enero de 2009

Quitttto


-Lo más importante es que no se metan en lugares peligrosos -dijo don Galo.


-Si bueno, pero…-contestó Diego.


-¡Es que tu sabes… es como en todos lados!


-Mmm bueno si me lo imagi…


-Sabes además. Mira…



En ese minuto dejé de existir. El avión volaba desde Lima a Quito y en nuestra corrida de asientos nos acompañaba un quiteño que sumaba un par de wisquies a su apasionada conversación con Diego –mi primo Diego-.



-Una vez que hayas llegado a alllllí, debes coger el carro que te lleve allllla - agregaba don Galo. Diego aun no podía dar su punto de vista sobre los lugares peligrosos y yo me despertaba de mi siesta. El avión por su parte, aterrizaba al aeropuerto de Quito.



Quito es muy lindo, su centro histórico conserva lo que Santiago no, o sea, su identidad. Por las calles caminan negros, incas, blancos, gringos, rubios quiteños, mestizos e incluso nosotros.


A menudo se escuchan las coquetas risas de niñas escolares que chamuchean quizás qué cosas de nosotros, mientras nos miran. Ellas visten faldas que llegan hasta la mitad de las canillas y ocupan calcetines blancos hasta la mitad de los muslos –en un momento pensé que estaba en Irak o Usvekistan-.


Por estos días hemos entrado a unos lugares bastante grandes de estilo gótico, con mucho oro, vitrales hermosos y un altar cuyo techo pareciera no terminar. Las iglesias son riquísimas, pero pareciera que no. Entrar en ellas es caro, cuesta plata –eso es raro-. Incluso en un momento me quise confesar, pero no tenía sencillo. Salía algo así como 10 dólares o algo por el estilo. Cosa que no podía comprar, perdón confesar.



Ah! Fuimos a la “Mitad del Mundo”. Eso no más.