lunes, 26 de enero de 2009

Indios industriales

Dejamos el espantoso ruido de los aviones que vuelan sin espantar a nadie sobre Quito y nos adentramos en el mundo neoinca. En los pueblos de alrededor de la capital, conocido porque en sus farmacias las gominas se vencen apenas salen a la venta, los pobladores originarios de familias incas, han instaurado a placer el nuevo mercado motivado por la desesperación de la moneda. O sea, la mafia.
-Ambates, Ambates, ¿quién va a Ambates? –grita un pequeño moreno que hacía de copiloto en el bus que nos trasladaba a Baños.
A medida que el bus avanzaba, se llenaba cada vez más de gente y de vendedores, no sólo de helados y galletas, sino que de gallinas calientes, porotos, quesos con plátano y anteojos y porcelanas. El viaje fue odioso, pendiente de cada persona que nos miraba como si fuésemos gringos.
Una vez que llegamos a Ambates, el bus nos dejó sin ningún remordimiento en ese lugar que distaba a 50 km de Baños, nuestro supuesto destino. Un par de discusiones no bastaron y tuvimos que “cogeruncashoAmbatesdestinoBaños” –significa tomar un taxi en Quechuañol-.
En Baños conocí a uno de mis mejores amigos: Perro Boxer. Me sentía como en casa, al menos este neoinca no era mafioso, ni me miraba como a un extraño, a pesar de ser chileno. Este amigo, quien es sus años de gloria gozaba de un físico envidiable, por estos días sufría de una terrible enfermedad, típica de un perro que ha vivido mucho. El pobre, poco comía y a duras penas deambulaba por SU cuadra. Con él tuve el privilegio de almorzar dos veces.
La Sierra es muy linda, una gran cascada se ve entre medio de dos de los cerros que hacen de este pueblo un hermoso valle, poblado por neoincas con gomina y adictos al dinero.
La pobreza abunda y quizás eso ha derivado en la actitud de los neoincas. La industrializada imagen del Che es una demostración de que muy lejos de estar unidos, el capitalismo ha logrado que este continente sea cada vez más distante e indiferente entre sus países. Los neoincas me hablan en inglés, saben que soy chileno, pero lo hacen igual.
Es triste ver cómo estos seres engominados están tatuados con la tradicional imagen de Guevara y del signo Nike a la vez.
Mientras pago con dólares una Coca Cola y escucho un pegajoso regaeton, me despido de un ecuatoriano que ni siquiera me devuelve una mirada.

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