martes, 3 de noviembre de 2009

Todos a la orden


Hoy día nadie se salva, ni los militares ni la policía. En México manda el narcotráfico y sus bandos, quienes imponen su juego con las vidas humanas y para eso, cuentan incluso, con el apoyo del “enemigo”. Dinero les sobra y armamento también. Así se vive una de las peores crisis de los últimos años en este país del norte.

Una mujer espera la luz verde en un semáforo cerca de la frontera norte de México, delante de ella, una camioneta que tarda más de la cuenta en avanzar, luego que la luz verde fue dada. Ella no se inmuta, piensa que es mejor esperar que el conductor se de cuenta de que ya puede comenzar la marcha. Al acto, un hombre se baja de ese vehículo y se acerca a la ventanilla de la conductora: “acabas de ganarte quinientos pesos y de salvarte la vida”, le dijo a ella, que no entendía la situación.
La explicación era simple. En la camioneta, dos tipos armados apostaban que si el auto de atrás no tocaba la bocina –por el hecho de no avanzar luego de que el semáforo diera la verde-, uno le daría 500 pesos al otro, pero si la mujer la tocaba, el primero le pegaría un tiro a esta.
Otro ciudadano mexicano, cuenta –a la revista Etiqueta Negra- acerca de la celebración del cumpleaños de su hijo. Él hizo la lista de invitados, dejando fuera al hijo de un conocido narcotraficante y compañero de colegio del niño. Cuando la celebración empezaba, aquella persona que no estaba en la lista de convidados, llegó, y con el mejor regalo. El dueño de casa nada pudo hacer, sólo dejarlo pasar con la mejor cara posible.

Hoy día en México las ejecuciones de personas son entre 9 y 40 diarias. De este dato, al menos tres son ciudadanos o coincide en que fueron exterminados en Ciudad de Juárez, capital del Estado de Chihuahua -1.600.000 habitantes-. Esta es la zona con mayor índice de asesinatos cada 24 horas y hacia donde el gobierno de Felipe Calderón, envió tropas de 10.000 militares y policías federales, bajo el nombre de Operación Conjunto Chihuahua.
Es paradójico pensar que esa cantidad de soldados deba frenar los asesinatos de 1.113 personas, a cargo de tan sólo tres sicarios pertenecientes al cártel de Sinaloa. Más absurdo aún, es pensar que 45.000 militares –son los encargados de combatir a la delincuencia organizada en México- puedan derrotar a un ejercito conjunto de 150.000 hombres que en sólo dos años y medio –diciembre del 2006 hasta agosto del 2008-, se les decomisó 10.763 armas largas, 1.958.950 municiones y 1.402 granadas y aún así, sigan aumentando el número de asesinatos y tráfico de drogas.
Durante el 2008, hubo 5.630 narcoejecuciones en todo el país y el aumento de la adicción crónica de la cocaína, subió en 500.000 personas en seis años.

De qué forma el gobierno puede declararle la guerra a cárteles como “Los Zetas”, “Sinaloa” o “La Familia”, si personales de la Agencia Federal de Investigación –AFI- y la INTERPOL –que ilegalmente trabajan para ellos-, deciden qué personas y mercancías deben pasar sin problemas por el terminal aéreo. O sea, los encargados de abrir zonas francas para los narcos.
Definitivamente, el gobierno mexicano no puede invertir tanto dinero en una lucha que hoy día está perdida, donde se tiene que combatir no sólo a los cárteles, sino que también a sus colaboradores, los enlaces de organismos como la Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada -SIEDO-, trabajadores de la embajada de México en Washington -José Antonio Cueto López o los hermanos Beltrán Leyba por ejemplo- e incluso un amplio número de ex militares mexicanos y guatemaltecos, comúnmente denominados Kaibiles.

El poder de hacer lo que quieran

Un profesor de una universidad privada en la frontera de México con Estados Unidos, recibe un recado de su secretaria. Ella le explica que dos personas fueron a buscarlo. Al rato recibe una llamada. Del teléfono habla un alumno, a quien el profesor lo había reprobado por faltar al examen, sin embargo, el estudiante le explica que tiene que aprobar el ramo y sin discusiones. El profesor sabía de qué se trataba. Luego de colgar, lo anota como alumno aprobado, sin nada que reclamar ni dudar, debió ser publicada.
Lo mismo pasó hace unos días en una discoteca de Monterrey. Al lugar llegaron capos de la mafia y detuvieron la música, pidieron los celulares de cada una de las personas. Una vez recaudados los aparatos, volvieron a sonar los parlantes y en cada una de las mesas, les esperaba una botella del licor que los asistentes al local habían pedido en un principio. Todo eso fue cortesía de los invasores, dejando eso sí, la excusa de que nadie se podía ir sin que ellos abandonaran el lugar antes. Los celulares fueron devueltos una vez finalizada la fiesta.

La industria del narcotráfico ya ha tomado bastante peso. En total se recaudan entre 15.000 millones y 25.000 millones de dólares al año en México. 30.000 dólares mensuales, reciben los cabecillas que trabajan como nexos entre el narcotráfico y las entidades encargadas de combatirlo. Otros 10 mil están destinados para los sueldos de quienes trabajan en la INTERPOL y así continuamente se van pagando los trabajos de quienes nunca tuvieron la posibilidad de conseguir algo igual en cuanto a ingresos.
Es por eso, que quienes en algún minuto estuvieron en la ruina, hoy día gozan del privilegio, de “su” privilegio, de gobernar las calles de los sectores más conflictivos de México, y así, jugar a la fortuna con millones de dólares en los bolsillos y un armamento de temer. El ejército mexicano, por ahora, poco puede hacer y la prematura guerra contra el narcotráfico, es un error que al pueblo de Felipe Calderón le puede costar aún más caro.


jueves, 24 de septiembre de 2009



Vivirlo para no contarlo


Se tomó una pausa –la única de todo el juego-, botó todo el aire que aparentemente no tenía, apoyó su raqueta contra el asfalto y como era de costumbre, o quizás por mera cábala, se inclinó para rápidamente volver a levantarse। El sol pegaba fuerte y el silencio no era el que acostumbra en una cancha de tenis. Finalmente, Marcelo Ríos se decidió a sacar. Miró desafiante a su rival, lanzó la pelota amarilla al aire y pegó un servicio sin malicia, sin fuerza ni mucho menos colocado. Sin embargo, la devolución del histórico Andre Agassi se quedó en la malla.
En ese instante, el nuevo número uno del mundo se quedó intacto, como esperando que el partido siguiera, pero eso fue sólo durante una milésima de segundo, ya que inmediatamente después, la raqueta del flamante campeón se vio volando por sobre el público del estadio. Todo el mundo celebró, no sólo los cerca de 200 chilenos que saltaban en las graderías, sino que el resto del continente también lo hizo. En la caseta del canal deportivo ESPN, Javier Frana no habló por un buen rato, hecho que evidencia la primera vez que un trasandino lloró de emoción por un chileno.
Ese 29 de marzo de 1998, lo impresionante no fue el triunfo en el torneo Súper 9 de Key Biscayne –todos sabían que él ganaría-, sino que por vez primera se vio al Chino Ríos expresando alguna emoción. La primera y última de felicidad.

El recambio de tenistas chilenos había sido nefasto luego del retiro del ahora capitán del equipo nacional, Hans Gildemeister. Es decir, desde 1986 que en nuestro país no existía un representante digno sobre una cancha de tenis, cuando en ese año, junto al ecuatoriano Andrés Gómez, Hans logró ser el número uno del mundo en dobles. Además, en el 79, llegó hasta el puesto 12 del ranking ATP.
Dadas las condiciones, Marcelo Ríos y su mortal zurda se lanzaron sin ropa ni zapatillas al deporte de los viajes solitarios, siendo el primer aviso de lo que se vendría: hacerlo sin saberlo, lograrlo sin recordarlo.
Precisamente comenzó a hacerlo a los 14 años. El enorme talento de un indefenso cuerpo trasladó su frontal carácter hasta Bradenton, Estados Unidos, y lo ubicó en el rancho de un tal Nick Bollettieri, quien luego de ver cómo su maravillosa zurda hacía proezas, pensó que lo más digno de un tenista sudamericano como el Chino, era dejar ese deporte por “falta de condiciones”.
Pero Marcelo Ríos seguía jugando torneos, algunos los ganaba y otro los perdía en la final. Sea como sea, ninguna crítica lo sacó de la pista, ni siquiera la de alguna voz autorizada –John McEnroe y el eterno dos, Guillermo Vilas-, ni mucho menos la de asustadizos periodistas que en algún minuto se encontraron con esa melena de ojos rasgados y de mirada hiriente, que esbozaba una fugaz y pequeña mueca de risa luego de alguna pregunta poco clara.

Lo hizo y no supo cómo, lo logró, pero no lo recuerda. Con 17 años ya era el mejor del mundo en juniors habiendo ganado en Japón y en el US Open, pero nunca le dejaría un puesto en su memoria a esta última hazaña, debido a que no le otorgaron el Court Central para disputar la final. Así, un molesto y delgado petizo se movió a recibir su premio casi sin levantar la cabeza, demostrando su furia contra la organización del torneo. Aquella mente sin emociones ni recuerdos empezaba a ser conocida en el circuito de jugadores profesionales.
Un año después comenzó su carrera ATP y jugó su primer Grand Slam en París. Ganó el partido inicial y luego no se duchó, tampoco se cambió: no era necesario porque en la cancha central jugaba su próximo rival, quien debía ser estudiado por la aguda mirada del chileno.
Dos días después de su debut, el Chino salió a dar pelea nuevamente. Su cara era la habitual, un par de sacadas de lengua, la pequeña mueca de riza dirigida a algunos periodistas y su mirada sin preocupación alguna, esperaba a que el calentamiento competitivo finalizara de una vez por todas. No estaba de ánimo, nuevamente no iba a jugar en el Court Central y eso lo deprimía; sólo pensaba en despachar rápidamente a su rival: Pete Sampras.
Sobre la cancha las cosas sucedían en contra de lo habitual. Un pequeño joven de shorts a mitad de muslo, grandes zapatillas, llamativa polera de colores, enormes aros en sus orejas y una gorra puesta hacia atrás, era la bisagra que lograba sacar de la cancha al número uno del mundo. Para los espectadores, ver cómo aquella zurda dejaba en ridículo al más grande, les hacía pensar que posiblemente estaban en presencia del próximo jugador más talentoso de todos los tiempos.
La tónica del partido fue un Sampras corriendo de lado a lado, de atrás para adelante, en el piso o de pie, afuera y adentro. Al otro lado, y como si jugara la Copa Milo, Marcelo Ríos gozaba de un partido que pese a su sorpresivo juego, terminaría perdiéndolo. Cuando finalmente se acabó, el público se puso de pie para aplaudir al nuevo fenómeno, en Chile hubo celebraciones y los medios franceses lo nombraron hasta que terminó aquel Roland Garros. Sin embargo, la soberbia del petizo agrandado fue más que él y partió indignado hacia camarines, frustrado por haber perdido su punto para set en la segunda manga.

A partir de entonces, el jugador explotó aún más su segundo talento que lo acompañaría en su ruta hasta la cúspide del tenis mundial. En el camino aplastó con su magia, pero también derrotó con su ironía a quien no le simpatizaba, nunca ameritó el triunfo del rival, a veces ni siquiera les dio la mano una vez terminado el partido, realmente gozó humillando a los argentinos en su propio país y con sus eternos premio limón terminó por convencer a los franceses de que el sudaca no era él.

Apocalipsis de la zurda mañosa.

Al volver a su país, luego de ganar Key Biscayne, Marcelo Ríos se encontró con enormes mareas humanas que se formaban desde Plaza Italia hasta su propia casa en la comuna de Vitacura. Ese mismo día visitó el Palacio de La Moneda y desde el balcón presidencial, junto al mandatario Frei, saludó a la gran masa de chilenos que repletaba las calles de Santiago.
Al poco rato, tomó el auto y partió rápidamente a su casa. Llegó, se acostó y sin pensarlo mucho se dio cuenta de que lo había logrado todo y ya no había más por hacer. Por eso, casi al día siguiente, decidió llamar al estricto Larry Stefanki, entrenador que lo llevó a la gloria con la misma metodología que utilizó Rocky Balboa para ganar el campeonato mundial de boxeo. El Chino pensó en eso y sin saberlo, ni mucho menos recordarlo, tomó la última decisión como número uno del mundo.

En menos de tres meses, la zurda mágica nunca volvió al puesto que cualquier otro deportista con su talento hubiese logrado. El fastidio de los exigidos entrenamientos no volverían a molestarlo. Ríos, definitivamente nunca nació para ser un tenista profesional. Tenía la muñeca y la mano, pero no los dedos para el piano. Así, el más grande de todos los tiempos volvió donde un viejo, pero inexperto conocido, Nick Bollettieri.
Repentinamente se comenzó a ver a Marcelo en variados autos deportivos –con uno de ellos atropelló a su gran amigos Astorga-, peleando descoordinadamente con la policía francesa, rompiendo sillas en bares, pagando multas de 10 mil dólares, casándose de blanco y con cola en la iglesia del cura Hasbún e insultando al gran Vilas en su propio país. Su gran problema fue que a pesar de dejar el Top Ten, siguió siendo portada de revistas y diarios.
Jugó solo, sin entrenadores que le exigieran nada, pero aún así, nunca volvió a ganar partidos. Bruscamente, el Chino cayó hasta el puesto 300 del ranking ATP y con tan sólo 27 años, la magia del irreverente talento dejó de maravillar al mundo. ¿Cómo? No lo supo jamás y tampoco lo recuerda.

Hoy día Marcelo Ríos cambió de disciplina. La gloriosa raqueta realiza clínicas deportivas para niños con riesgo social, relata partidos moderadamente, de vez en cuando se le ve reír y ve a su hija portorriqueña cada dos meses. A ella la visita en su nueva casa ubicada en un conocido rancho donde alguna vez le dijeron que no tenía el talento suficiente como para ser tenista. Sin embargo, la pequeña se entrena en la cancha “Marcelo Ríos” y cada vez que quiere, visita la biblioteca del campamento de tenis de Bollettieri para ver algunos videos de su padre.
El tiempo le daría la razón al más talentoso ser humano que se haya parado sobre una cancha de tenis, no obstante, nunca sabrá cómo llegó a serlo, ni qué pasó en los tiempos en que el tenis mundial era un verdadero espectáculo de magia.

martes, 21 de julio de 2009

Elecciones presidenciales Uruguay 2009



Pronto en Uruguay se sabrá el futuro político que determinará un vuelco a la historia, o la aclaración de que la izquierda uruguaya fue solo un espejismo. Todo dependerá de los resultados en las elecciones presidenciales del 25 de octubre de este año.
El próximo 28 de junio se realizarán las elecciones internas de los partidos políticos en ese país. Para el plebiscito, el senador José "Pepe" Mujica, del partido izquierdista Frente Amplio –FA- y el representante de la coalición Partido Nacional –PN-, el ex presidente Luis Alberto Lacalle, son los máximos exponentes de ambos sectores políticos para las elecciones presidenciales de este año.
La importancia del nombramiento del próximo presidente de Uruguay es vital para el futuro inmediato del país, en cuanto a si seguirá una sucesión de la izquierda en el poder –el presidente Tabaré Vásquez pertenece al Frente Amplio- o si volverá la hegemonía derechista de los partidos Nacional y Colorado al poder, que hasta el actual gobierno, estuvo al mando desde 1930.
Uruguay vive actualmente una suerte de transición política en la que ha debido ser muy cauteloso para no perder el control gubernamental. De hecho, el mandato del actual presidente ha estado fuera de cualquier medida extremista que se le pudiese atribuir a una izquierda política de América Latina. Para colmo, el país se mantiene bajo una orden económica capitalista que poco fruto le ha dado a la población más pobre –a pesar de que según la ONU, Uruguay junto a Costa Rica son lo países más equitativos del continente. Aunque el sueldo mínimo es de 49 USD-. Y esto el pueblo uruguayo pareciera aceptarlo, ya que Tabaré fue aprobado con un 55% de aceptación popular según el último sondeo de la empresa Equipos Mori.
Un triunfo de Mujica podría marcar la senda establecida al socialismo en Uruguay, ya que el actual candidato del FA tiene un historial bastante más radical que el del actual presidente. “Pepe” participó de la guerrilla junto al Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros -o más conocidos como los Tupamaros- y a raíz de esto, estuvo detenido 14 años. Finalmente fue liberado gracias al beneficio de una Amnistía de presos políticos.
Que Mujica salga electo, no pasaría por desapercibido en los países más revolucionarios del continente, ya que su trayectoria de extremista es una perfecta propaganda para los planes del Socialismo del Siglo XXI –en todo caso no se sabe qué tan lejos pueda llegar un eventual gobierno del FA-.
Por otro lado, la victoria del PN, comandada por Lacalle, retrocedería un plan izquierdista en Uruguay que tuvo que guardar silencio durante 84 años. Un mandato a cargo de esta coalición de derecha volvería a las raíces políticas del desarrollo uruguayo y a la vuelta de una hegemonía conservadora que sería la única gobernante en Sudamérica.
Así es como se sabrá luego de las elecciones presidenciales qué pasará con Uruguay. Si aumenta un desarrollo hacia el socialismo democrático o si la derecha de ese país mantiene un modelo liberal de su economía que acrecente aun más el socialismo capitalista del actual gobierno de Tabaré Vásquez.

jueves, 14 de mayo de 2009

Ojala no pase nada malo.


Los analistas políticos suelen equivocarse en sus teorías sobre el triunfo de Rafael Correa en las elecciones presidenciales del 26 de abril de este año en Ecuador. Piensan que ha surgido una oposición potente desde la amazonía y el sector indígena liderados por el SP (Sociedad Patriótica) y mencionan un supuesto poder popular del multimillonario líder del PRIAN. Álvaro Novoa, capaz de ser un segundo adversario que dispute el poder con la Alianza País (Movimiento político del oficialismo). Sin embargo no perciben que las votaciones ya no son lo más importante, sino más bien lo que se viene.
Correa obtuvo el 51,8% de los votos necesarios para ganar en primera vuelta que, según la constitución de ese país, el candidato que supere el 40% de los comicios generales, y con una diferencia de más de 10 puntos sobre su más cercano rival, será el presidente de Ecuador. Rafael Correa lo obtuvo logrando ser el primer mandatario reelegido en la historia de ese país.
Una elección presidencial con una victoria tan abrumadora, que tuvo al candidato del SP, Lucio Gutiérrez, en un segundo lugar con apenas el 28,2% de los votos, indica que Ecuador es políticamente estable, con un presidente visiblemente apoyado por la mayoría del país ya que según el canal de televisión VTV, ha tenido una aceptación popular del 60%.
En otras palabras, Correa ganó unas elecciones sin grandes cambios, sin un rival potente y aun más, sin disidencias ideológicas claras respecto de su competencia. Pero frente a la escasez de noticias, los medios de comunicación masiva le han dado gran importancia a conflictos que casi no tienen motivos de serlo.
Las peticiones de Gutiérrez para que se revisaran presuntos adulterios en los resultados de las votaciones, no llegaron a concretarse. Los argumentos del CNE (Consejo Nacional Electoral) fueron que las elecciones contaron con la capacitación de los miembros de las Juntas Receptoras, hubo plena transparencia en el proceso electoral y que la demanda de la SP no contó con una prueba contundente para la denuncia de las supuestas papeletas adulteradas.
Otro obstáculo para el oficialismo, que los investigadores han mal interpretado, es la presencia de Jaime Nebot, el alcalde de Guayaquil, un opositor de gran arrastre popular en ese sector del país, quien pudiese ser el enlace más importante del magnate ecuatoriano Álvaro Novoa (candidato que obtuvo el 11,4 por ciento de los votos en las urnas), para una disputa férrea con Correa en un futuro cercano.
El error no está en identificar a Nebot como un rival importante para el actual presidente ecuatoriano, sino en que se hable aun de las elecciones que dieron como resultado a un legítimo ganador. La presencia del popular alcalde del Partido Social Cristiano (PSC) en la principal ciudad económica de Ecuador, tiene una importancia mucho más relevante para el futuro inmediato del reelegido mandatario.
Luego del resultado de las pasadas elecciones, dijo a un diario de ese país que “sabremos respetar un triunfo electoral como el de Correa, pero él tiene que respetar el abrumador triunfo electoral que hemos tenido en Guayaquil", donde su partido obtuvo el 67% de los votos.
“Es una ciudad que avanza de forma independiente, no necesita dádivas para progresar, porque está integrado por un pueblo guerrero, que también busca el cambio y tiene enorme voluntad”, agregó el alcalde.
Lo que realmente debería preocupar a los medios ecuatorianos es el apoyo que ha tenido Nebot en esa ciudad, considerando los planes de la alcaldía por independizar a Guayaquil de Ecuador. Esta situación podría ser parecida a lo que pasa hoy día en Bolivia y los conflictos de su gobierno con los intentos de independencia de Santa Cruz de La Sierra. Por eso, lo grave del conflicto entre Rafael Correa y su oposición en la provincia de Guayas, es que se genere una posible guerrilla civil por la autonomía de Guayaquil, tal como le sucede al presidente boliviano.

El futuro económico.

Existen dos factores adicionales por los que el futuro de Ecuador debería inquietarle a la opinión pública. El primero tiene que ver con la progresiva caída del petróleo y sus consecuencias en los programas de inversiones fiscales del gobierno y la alarmante pérdida económica del país.
Informes internacionales sobre la baja del crudo explican que por cada dólar que baje el petróleo, Ecuador perderá entre 73 millones y 85 millones de dólares anuales. Ahora respecto de las ganancias el panorama es aún peor. Esto se debe a que de los 100,87 dólares por barril, el país deberá restar 13,36 y 13,44 de diferencial, lo que dejaría un ingreso de apenas 87 USD$.
Los ingresos por la venta del petróleo, aun siendo el país más pequeño de la OPEP, generan el 50% de las ganancias de Ecuador, lo que significa que debido al descenso de los dividendos del crudo, el gobierno de Correa deberá reajustar los presupuestos estatales e incluso suspender algunos proyectos de inversión. Esto último perjudica los avances de obras públicas como por ejemplo los accesos sur a Quito, la vía Atacames-Súa, el Programa de Financiamiento para el Fomento de la Pesca Artesanal, la ampliación de la Red Bancaria, la acreditación de Desarrollo Humano a través del Banco Nacional de Fomento, que beneficiaría a 27.720 familias.

El segundo factor inquietante para el desarrollo económico del país, se trata de los planes del gobierno ecuatoriano por desdolarizar la moneda de ese país. Rafael Correa argumenta que dicha intención tiene como proyecto implantar un sistema monetario andino que sea capaz de “enfrentar exitosamente la globalización económica”, según dice en un texto titulado “Dolarización y políticas alternativas”. También concluye que a pesar de que los obstáculos para lograr esta meta aún son enormes, “una unión monetaria andina servirá para enfrentar de mejor manera las asimétricas relaciones de poder entre los países de la región”.
El problema de esto es que como así sucedió con el cambio del “Sucre” al dólar en Ecuador el año 2000, el Estado debería imponer drásticas regulaciones e imponer un plan de ley que permita confiscar parte del dinero de los ecuatorianos, con el fin de convertir sus ahorros a la nueva moneda. Esto generaría la pérdida de ganancias de las personas vía devaluación.
Según la Agencia Ecuador Ciencia, “En un principio la nueva moneda tendría una paridad de 1 a 1,001 por lo que la confiscación al ahorro equivaldrá al 0,001%, mucho dinero en términos globales, 10 millones de dólares si el total de ahorro privado sufre esta primera devaluación”.

La competencia mediática se ha quedado en los conflictos que poco desarrollo a futuro tienen y ha olvidado el valor de los factores que pueden desencadenar en una gran crisis no muy lejana para el futuro del gobierno ecuatoriano.
Mientras los analistas políticos sigan pensando en el presunto adulterio de los cómputos electorales, o sigan describiendo los conflictos verbales entre Correa y Gutiérrez, una crisis económica o una guerra civil podrían explotar en cualquier momento.

miércoles, 18 de marzo de 2009

La venganza de los no rubios


Recreación escrita hace exactamente un año, del libro “El nombre de de la rosa” del gran Humberto Eco.


Atrás dejábamos la inmensa nube café que cubre los cielos de Santiago, en discordia con la hermosa Cordillera de Los Andes, cubierta de nieve hasta los faldeos precordilleranos.
El destartalado auto Peugeot 206 del año 88, color café claro, sin ninguna de sus tapas en las ruedas, ni su insignia delantera y mucho menos pensar que los asientos permanecían con el cien por ciento de su esponja interna, era conducido por mi guía de tesis: el Guille, un viejo detective de sesenta años de edad, larga barba blanca, ojos azules penetrantes, finísimas cejas y un largo cabello liso.
El viaje era bastante corto, apenas unos cien kilómetros nos separaba de El Tabo. Además, las interminables historias del viejo Guille, junto a un viejo cassette de Leonardo Fabio que sonaba desde una roñosa radio, eran la dosis perfecta para que pudiera dormir un poco antes de llegar a la casa de la familia Paillamán.

-Bienvenido señor, usted debe ser don Guillermo, el detective que viene por los asesinatos. Yo me llamo Renzo y soy el estacionador de autos de la casa del jefe Allan.
-Un gusto conocerlo don Ringo –respondió el Guille, mientras yo me despertaba por el alarmante tono de voz del lugareño.
-Adelante, pase nomás. ¡Ya poh Mauro oh! ¡Anda a abrir el portón! –volvía a gritar Renzo.
-Gracias don Ringo. ¡Ah! Antes de que se me olvide, el quiltro que andaban buscando junto a su amigo del portón, se fue por esa calle en dirección al bosque, pero no va a llegar más allá porque en ese lugar vive una perra de raza que por estos días está en celos, además, es demasiado inteligente como para alejarse mucho de la casa de su amo, quien sin lugar a dudas le quiere mucho.
-¿Y en qué minuto lo vio oiga?
-No lo he visto, pero si es al Cholo a quien estás buscando, sólo puede estar donde yo te acabo de decir.
-¡Sha! ¿Y cómo sabe que se llama Sholo? –le preguntó anonadado el estacionador de autos.
-Pero obvio pues hombre, estas buscando al Cholo, el quiltro favorito de Allan, el perro más sabio de la casa de los Paillamán, pelo negro y largo, chico, cola larga, de esas que pasan a llevar cualquier objeto que tenga por delante cuando está contento. Se fue en dirección al bosque, a la casa de la perra de raza, le juro.
-Shuu. ¡Ya Mauro oh! ¡Tenimo que picarla! –Así don Renzo -Ringo según mi guía- se perdía junto a un joven muchacho, en busca del perro de Allan Paillamán.
Una vez adentro, el Guille detuvo el Peugeot 206 y nos bajamos con nuestros bolsos de viaje. El suelo de los estacionamientos era de maicillo, el aire marino que se sentía hasta los pulmones, era excusa suficiente como para no querer volver nunca más al Gran Santiago.
El camino desde el auto a la puerta de la mansión de los Paillamán era bastante largo. Los jardines eran preciosos, adornados con rosas de todos los colores y el terreno de la casa, de unos 10 mil metros planos, estaba cercado por pinos de exquisito aroma.
Durante la caminata, le pregunte al Guille sin poder sacarme la curiosidad de la cabeza, que cómo había podido saber todo acerca del perro.
-Queridísimo Matute…
-Matías –repuse.
-Bueno, bueno, Matías, a lo que voy es que durante todo este tiempo que he convivido contigo, te he intentado demostrar que todas las situaciones de nuestras vidas tienen huellas de por medio que nos dejan pistas de algo. Me da casi vergüenza tener que explicártelo sin que lo hayas podido entender por tu cuenta, pero bueno, qué más da. En la arenosa tierra de la que está compuesta la calle por la que veníamos, noté que aun permanecían frescas las huellas de pequeñas patitas de perro, de pasos muy cortos, junto a algunos pelos negros que estaban ahí producto de que solamente un perro de pelo largo pelecha a tal magnitud. De ahí deduje que se trataba del típico quiltro negro y chico que camina tan apurado que sus patas no se logran distinguir unas de otras, ni siquiera las traseras con las de adelante. Además, unos doscientos metros más adelante, noté que había una inmensa jauría de perros tras un portón de rejas de una casa privada. Por eso pensé que se trataba de una perra en celos, que por deducción de la lujosa casa, la perra debía ser de raza.
-Está bien, entiendo, pero que hay del nombre, cómo supiste que se llamaba Cholo –le dije impresionado.
-¡Pero huevón!, cómo no tienes un poco de imaginación. Qué otro nombre le pondrías a un perro quiltro de provincia, pequeño y de pelo negro que no sea Cholo –me respondió como si se tratase de una respuesta lógica.
Así era el Guille, capaz de leer todas las situaciones, encontrar hasta las más rebuscadas pistas y rastros. Era un guía perfecto para preparar mi tesis de la carrera de peritaje que estaba a punto de sacar, sin embargo, para poder convivir con él, había que estar despierto prácticamente en cada minuto.

Cuando llegamos a la puerta de entrada de la inmensa casa color rosa, custodiada por dos leones de piedra y enmarcada en oro puro, nos salió al paso el mayordomo, el señor Malaqueo, quien apenas abrió la boca para llamar de un grito a Allan, fue interrumpido por este mismo, que bajaba de una inmensa escalera de mármol que daba con el salón de entrada. Allan Paillamán, de unos cincuenta años de edad, era pequeño, de no más de un metro sesenta, pelo negro, nariz gruesa, piel morena y voz grabe. Ese hombre cubierto de una bata de seda roja y una cadena de oro que colgaba de su moreno cuello, bajaba con entusiasmo a saludarnos.
-¡Querido Guille, mi viejo amigo!, me he acordado tanto de ti. Hace mucho tiempo que no nos vemos.
-Así es Allan, mucho tiempo –contestó con simpatía el viejo.
-Y bueno, ya te imaginas por qué te han citado en mi casa.
-Algo me contaron. Algo de un asesinato de…
-¡No uno! ¡son miles! –interrumpió Allan. Todos los días aparece un nuevo muerto, es espantoso Guille, ya no sé qué más puedo hacer. Son tan humildes, tan serviciales y trabajadores. Estos rotos rubios caen como piezas de dominó, uno tras otro. ¡Sin embargo son tan buenos!
-Creo que ya entiendo lo…
-¡Bueno! Está bien, pueden pasar muchas cosas, pero nada impedirá que nuestra fiesta de hoy sea un gran evento. –Al segundo miró a Malaqueo y le hizo un gesto con la boca, que era perfectamente interpretado por el mayordomo.
Malaqueo nos abrió la puerta de una casita al costado de la mansión, ahí era donde nos quedaríamos a dormir mientras mi guía descubría el acertijo de quién había sido el asesino de los humildes trabajadores rubios de Allan Paillamán. En el interior de la casita o habitación, debido a la pequeñez del lugar, estaba el Cholo, que había vuelto de sus andanzas. El quiltro estaba en el suelo mordiendo un lápiz labial morado, hecho que provocó un gesto de impresión en Malaqueo, quien con los ojos abiertos echó a punta de patadas al perro.
Eran las cinco de la tarde y el sol comenzaba su descenso final antes de esconderse por el mar. En la cama de al lado estaba el Guille, que apagaba un cigarro antes de echarse a dormir. Yo por mi parte, terminaba de leer un libro acerca de la Santa Inquisición y los errores de la Iglesia medieval.

Al entrar al salón, noté que la familia Paillamán no debía ser una fiel representación de las tradiciones mapuches. Pues en la pared del fondo estaba montado un espectacular escenario con modernos parlantes y novedosas luces. El resto era una gran mesa donde podían comer hasta cincuenta personas –donde cabía al justo la familia mapuche-, también había una pista de baile y todo estaba adornado con globos rosados.
Una vez que los familiares bebían sus primeras copas, el sonido de un cubierto golpeando un vaso hasta casi quebrarlo, llegaba a romper los oídos de los invitados. Aquel ruido provenía de la cabecera de la gran mesa, donde Allan hacía la presentación de la glamorosa gala, compuesta por una comunidad mapuche, cenando al ritmo de una pegajosa cumbia.
-Quiero darles la bienvenida a mi familia que ha venido desde muy lejos a visitarme en estos días de dolor, producto de la muerte de mis sirvientes rubios y humildes, que murieron dejando una imagen consagrada en la retina de la familia Paillamán. Sin embargo, la mejor forma de olvidar los malos momentos, es celebrando. ¡Salud por los rubios difuntos!
Así, los invitados comían al ritmo de Chichi Peralta y bebían al son de una cumbia villera. De pronto, en un abrir y cerrar de ojos, me di cuenta de que todo había cambiado. Nunca supe cómo el tiempo pudo avanzar tan velozmente, pero sin ni siquiera darme cuenta, la gente ya bailaba entusiasmada en la pista de baile.
Pasados los minutos, las horas, los bailes y los tragos, me fui sintiendo cada vez peor, tan mal que debí sentarme un rato. Estaba tan mal, me sentía tan desposeído, que el lugar donde estaba sentado, era un fiel reflejo de mi bochornosa ebriedad. Vale decir, un asiento como si fuera una pera gigante, con patas unidas por una túnica de lana color gris y un respaldo adornado con un llamativo collar de cobre y plata, hacían de esta cómoda silla, una vieja mapuche de casi noventa años.
La situación era estúpida, pero todo el mundo reía, las carcajadas me llegaban de todos lados, incluso desde el punto más cercano, la madre de Allan, mi supuesta silla.
En ese instante, cuando todo era alegría, las puertas de la cocina se abrieron de par en par y apareció un empleado rubio gritando: ¡El cocinero alemán está muerto! Los invitados se pusieron de pie y comenzaron a gritar, entonces miré a mi alrededor, pero mi guía ya no estaba ahí, sino que había emprendido una corrida hasta la cocina, que prácticamente lo mató por la falta de aire y del posterior resbalón que se pegó al entrar en ella.
Al ingresar a la cocina, vi a un gordo extremadamente grande, pelo rubio y ojos verdes. Era el cocinero alemán que estaba ahí tendido y muerto. La situación era extraña, su lengua estaba morada, al igual que sus uñas y sus labios. Esa imagen era aterradora, la cara del cocinero estaba gris y mantenía los ojos abiertos al cien por ciento. No pude seguir mucho tiempo más mirando el cadáver, cuando el Guille me dijo: -Matute ya sabes que hacer, tú solo debes llegar –yo no entendía nada, pero creí que debía ser algo obvio que yo como de costumbre no podía comprender.
Corrí por los jardines de la mansión, corrí mucho, al parecer di muchas vueltas alrededor del lugar y nunca me di cuenta. Al final me encontré solo en una de las cinco habitaciones que rodean la mansión. Estaba todo oscuro. Al rato logré detectar a un extraño ser que cargaba algo en su hombro, que en un principio parecía ser un saco de tela café, luego, y a partir de la forma, me di cuenta de que ese saco tenía una forma alargada, de mitad ancha y en la punta una suerte de cabeza. Claro, cuando esa persona dejó caer el saco, de su punta se asomó una cabeza. ¡Una cabeza de un muerto! Pensé en ese minuto que eso se lo debía contar de inmediato al Guille, mas al intentar ponerme de pie, un brazo me detuvo. En un primer instante tuve miedo, mucho miedo, sin embargo, desde un pequeño espacio de luz, proporcionada por la luna, pude ver uno de los rostros más lindo que nunca haya visto. Su pelo rubio largo y liso, piel delicada como un cristal y de ojos perfectamente redondos.
Esa cara me congeló por un tiempo prolongado, sin embargo, la chica de unos quince años comenzó a besarme con vil desesperación, hasta que se detuvo y comenzó lentamente a quitarse su vestido. Su cuerpo desnudo era perfecto, su pelo se dejaba caer por sobre sus pechos, para luego dar paso a una delgada cintura que se volvía a contorsionar para formar unas desbordantes caderas.
Al ver todo esto, sentí que había perdido el control absoluto de mi cuerpo, y no por mi estado de ebriedad, que en ese momento ya no lo estaba, sino que por el hecho de ver semejante belleza. Mi cerebro concentró todas mis aptitudes únicamente para maravillarme. Aunque aquellos diez segundos de inmovilidad, que a mi parecer se trató de días, hasta semanas, fueron interrumpidos por los feroces deseos sexuales de la joven, quien se abalanzó sobre mi para quitarme la ropa y hacerme el amor.

-¡Matute!, ¡Matute! -era la voz de mi guía, que me estaba buscando.
-¡Acá no hay nada! –le contesté apenas pudiendo hablar, mientras salía de aquella habitación.
-Matute encontré el lugar, tenemos que ir al subterráneo de la cocina –me dijo el Guille con cara de sospecha. Expresión con la que me di cuenta de que sabía en lo que estaba. No me pude imaginar cómo lo supo, pero tenía la certeza de que lo sabía. En ese minuto Guille tomó su linterna y se dirigió a los estacionamientos. Yo lo seguía avergonzadamente.
No habíamos caminado mucho, cuando de la oscuridad apareció un hombre pequeño, bastante moreno y de nariz similar a la de un indio mapuche. Al acercarse más aun hacia donde estábamos, nos dimos cuenta de que aquella persona era Renzo, el estacionador de autos que en la tarde nos hizo pasar a la mansión.
-¿Pa onde cree que va el parcito? –nos atacó inesperadamente con aquella frase.
-Hubo otro asesi… -intenté explicarle cuando mi guía me detuvo.
-Venimos a buscar el auto, ya nos vamos, la cena estaba de lujo –respondió el Guille, sabiendo perfectamente lo que tenía que hacer en ese instante.
-Shu… discúlpeme por lo grosero don Guille, es que me confundí de…
-Está bien, no se preocupe –le interrumpió mi guía dejándole además una mezquina propina en la mano izquierda.
Por entonces, yo creía no entender nada, hasta que nos subimos al Peugeot 206. Mi guía encendió el motor y partió rumbo al portón que debía estar custodiado por Mauro. Sin embargo Mauro no estaba, ni tampoco se escucho a Renzo gritar: ¡ábreles el portón Mauro oh!, peor aun, Renzo ni siquiera seguía cuidando los autos.
Al salir de la casa de los Paillamán, el Guille cambió de ruta y se fue en dirección a la reja de la casa donde vivía la perra en celos, esa que era de raza. No quise preguntar nada, pensé que era mejor averiguar por mi mismo qué era lo que sucedía.
Estacionamos el auto afuera de la propiedad privada para ser discretos. Nos bajamos silenciosamente y trepamos una muralla que daba justo con unos arbustos que nos servían de escondite en el caso de que notasen nuestra presencia. Una vez adentro, avanzamos unos metros hasta que vimos tres grades fogones y dos personas cargando los sacos cafés con sus respectivos cadáveres, donde algunos de ellos yacían al descubierto en el suelo, con sus labios, uñas y lenguas marcadas con lápiz labial de color morado. Entonces se expandió un olor que nunca había olido, pero que no sabía cómo explicar que ese olor era a cuerpo quemado.
Comprendí levemente que algo muy feo estaba ocurriendo, pero aun no pensaba en algo certero cuando el Guille me dijo en silencio, apuntando a la vez con el dedo: Mira eso, parece que van a ahorcar a alguien.
Al ver esto último, nos acercamos un poco más. El cielo aun estaba oscuro, eran alrededor de las cinco de la mañana, cuando me di cuenta de que una de las personas que iban a matar ¡era la chica con la que había hecho el amor hace un par de horas!
-¡Ella es…!
-Lo sé –me dijo mi guía.
-Mira, la otra víctima es Mauro.
-¡Ya está!, ¡Volvamos a la mansión!
Seguí sigilosamente al Guille en dirección a la casa de los Paillamán.
Cuando llegamos ahí, notamos que Allan, Malaqueo y Renzo se subían rápidamente a un auto, con la intención de escapar lo antes posible del lugar. Entonces mi guía sacó un arma que nunca supe que la tenía y disparó al aire. De lejos se escuchó gritar a la chica de la población, el auto con los tres prófugos en su interior, emprendió la marcha a una gran velocidad, pero de nada sirvió la espectacular maniobra del chofer, ya que el Guille pudo darle con dos disparos certeros en una de las ruedas y en el motor, por lo que el auto quedó estático justo en el portón de la mansión.
De pronto, los tres hombres que estaban en su interior fueron acorralados por un centenar de cabezas rubias, por lo que intuí lo que iba a pasar. Nunca más se iba a saber nada acerca de Allan Paillamán y sus secuaces.
En ese instante, junto a mi guía, corrimos hacia la mansión, pero nadie estaba ahí, ni siquiera la familia mapuche. Entonces decidimos volver a la propiedad privada de la perra en celos.
Cuando llegamos, una multitud de mapuches golpeaban a los individuos que pretendían matar a Mauro y a la chica de la población. De inmediato comprendí lo que pasaba, por lo que, junto al viejo detective, nos subimos al auto que dejamos estacionado entre la mansión y la reja metálica y volvimos al portón de los Paillamán a buscar los bolsos que habíamos olvidado.



El día amanecía y el Guille manejaba al son de las canciones de Leonardo Fabio, mientras yo miraba por la ventana y podía observar que a los alrededores de la mansión, en las calles aún festejaban los familiares, pero esta vez lo hacían junto a quienes fueron víctimas de Allan, los rubios.
Al dejar atrás la muchedumbre, mi guía detuvo la marcha con el motor aun encendido. Al no entender qué pasaba, comencé a mirar a mi alrededor, hasta que mis ojos se detuvieron en aquel rostro cristalino, de ojos redondos y cabellos largos. Era ella, parada afuera de mi puerta, mirándome como pidiéndome que me la llevara devuelta al Gran Santiago, mirándome con ruego, como si yo fuera la salvación de su vida. Yo la miré durante un minuto, que para mi fueron años. Agaché la cabeza y le dije al Guille que acelerara nuevamente.
Esa mirada triste de la chica más bella que nunca haya visto jamás, fue lo último que vi en años. Nunca más supe nada de ella, pero la recuerdo cada día de mi vida.

jueves, 29 de enero de 2009

Hermoso Cuenca


-¿A qué hora sale el bus a Cuenca? –pregunta Diego a una vendedora de boletos.
-Sí tenemos buses.
-Está bien, lo sé, pero a qué hora salen.
-Elija la que usted quiera amigo, hay varias lineas.
-Es broma me imagino.
-Expliquese. ¿Para dónde quiere ir?

El trato con muchos de los ecuatorianos intenta ser amable, pero hay circunsatancias que lo impiden un poco.
El lunes 27 llegamos a la maravilosa ciudad de Cuenca. Un lugar muy cuidado por las autoridades, ya que sus hermosas y refaccionadas construcciones coloniales e incluso incas, han sido motivo para que haya una masiva concurrencia de gringos.
Las calles de Cuenca son casi por completo limpias. Sus cielos confusos, ya que no se sabe si lloverá o habrá un calor que motive un: “Puta Vicente cómo no nos pusimos chore. ¡Estoy chato!”.
Un día a la hora de almuerzo, con Diego fuimos al llamativo Pio Pio, un restaurant de comida rápida, que no sé por qué entramos. Una vez pedida la orden y pegado el primer mordisco de un añejado pan –como casi todo el pan ecuatoriano-, nos percatamos de algo malo. Las cocas eran rellenadas con las sobras de las demas bebidas que la gente dejaba sin tomar.
-¿Esta bebida es rellenada? –preguntó Diego al moso.
-Este… son Pepsi.
Esa era la respuesta que me imaginaba, por lo que dejamos el lugar.
Salvo eso, todo ha ido de maravilla, la gente es más buena y los perros son un poco serios –uno retó a Diego por hacer desmanes en la vía pública-. En fin, pienso que ojalá tuviesemos una ciudad tan bonita y con tanta tradición en nuestro pequeño USA llamado Chili.
Realmente no extraño los Mc Donalds ni los mega malls. Ni mucho menos me interesa saber cómo estará quedando el “Costanera Center” o el “Building Higest Arround the World”.

lunes, 26 de enero de 2009

Indios industriales

Dejamos el espantoso ruido de los aviones que vuelan sin espantar a nadie sobre Quito y nos adentramos en el mundo neoinca. En los pueblos de alrededor de la capital, conocido porque en sus farmacias las gominas se vencen apenas salen a la venta, los pobladores originarios de familias incas, han instaurado a placer el nuevo mercado motivado por la desesperación de la moneda. O sea, la mafia.
-Ambates, Ambates, ¿quién va a Ambates? –grita un pequeño moreno que hacía de copiloto en el bus que nos trasladaba a Baños.
A medida que el bus avanzaba, se llenaba cada vez más de gente y de vendedores, no sólo de helados y galletas, sino que de gallinas calientes, porotos, quesos con plátano y anteojos y porcelanas. El viaje fue odioso, pendiente de cada persona que nos miraba como si fuésemos gringos.
Una vez que llegamos a Ambates, el bus nos dejó sin ningún remordimiento en ese lugar que distaba a 50 km de Baños, nuestro supuesto destino. Un par de discusiones no bastaron y tuvimos que “cogeruncashoAmbatesdestinoBaños” –significa tomar un taxi en Quechuañol-.
En Baños conocí a uno de mis mejores amigos: Perro Boxer. Me sentía como en casa, al menos este neoinca no era mafioso, ni me miraba como a un extraño, a pesar de ser chileno. Este amigo, quien es sus años de gloria gozaba de un físico envidiable, por estos días sufría de una terrible enfermedad, típica de un perro que ha vivido mucho. El pobre, poco comía y a duras penas deambulaba por SU cuadra. Con él tuve el privilegio de almorzar dos veces.
La Sierra es muy linda, una gran cascada se ve entre medio de dos de los cerros que hacen de este pueblo un hermoso valle, poblado por neoincas con gomina y adictos al dinero.
La pobreza abunda y quizás eso ha derivado en la actitud de los neoincas. La industrializada imagen del Che es una demostración de que muy lejos de estar unidos, el capitalismo ha logrado que este continente sea cada vez más distante e indiferente entre sus países. Los neoincas me hablan en inglés, saben que soy chileno, pero lo hacen igual.
Es triste ver cómo estos seres engominados están tatuados con la tradicional imagen de Guevara y del signo Nike a la vez.
Mientras pago con dólares una Coca Cola y escucho un pegajoso regaeton, me despido de un ecuatoriano que ni siquiera me devuelve una mirada.

jueves, 22 de enero de 2009

Quitttto


-Lo más importante es que no se metan en lugares peligrosos -dijo don Galo.


-Si bueno, pero…-contestó Diego.


-¡Es que tu sabes… es como en todos lados!


-Mmm bueno si me lo imagi…


-Sabes además. Mira…



En ese minuto dejé de existir. El avión volaba desde Lima a Quito y en nuestra corrida de asientos nos acompañaba un quiteño que sumaba un par de wisquies a su apasionada conversación con Diego –mi primo Diego-.



-Una vez que hayas llegado a alllllí, debes coger el carro que te lleve allllla - agregaba don Galo. Diego aun no podía dar su punto de vista sobre los lugares peligrosos y yo me despertaba de mi siesta. El avión por su parte, aterrizaba al aeropuerto de Quito.



Quito es muy lindo, su centro histórico conserva lo que Santiago no, o sea, su identidad. Por las calles caminan negros, incas, blancos, gringos, rubios quiteños, mestizos e incluso nosotros.


A menudo se escuchan las coquetas risas de niñas escolares que chamuchean quizás qué cosas de nosotros, mientras nos miran. Ellas visten faldas que llegan hasta la mitad de las canillas y ocupan calcetines blancos hasta la mitad de los muslos –en un momento pensé que estaba en Irak o Usvekistan-.


Por estos días hemos entrado a unos lugares bastante grandes de estilo gótico, con mucho oro, vitrales hermosos y un altar cuyo techo pareciera no terminar. Las iglesias son riquísimas, pero pareciera que no. Entrar en ellas es caro, cuesta plata –eso es raro-. Incluso en un momento me quise confesar, pero no tenía sencillo. Salía algo así como 10 dólares o algo por el estilo. Cosa que no podía comprar, perdón confesar.



Ah! Fuimos a la “Mitad del Mundo”. Eso no más.